Julio 2016. Tribulaciones... (1)

Estos días ando leyendo el libro Episodios, una laboriosa recopilación de todos los artículos que Ebbe Traberg publicó en Scherzo realizada y editada por "Chuchi" Pérez, director del festival de Ezcaray. En éstos, el genial danés hace referencia constantemente a los aficionados al jazz, más en concreto, a los verdaderos aficionados al jazz, de modo que argumenta algunas de sus opiniones sobre la base de que sólo los verdaderos aficionados al jazz son capaces de tener criterio suficiente en las valoraciones que hacen de lo que escuchan, cuando se trata de escuchar jazz se entiende. Por esta razón, él, que sin duda era algo más que un verdadero aficionado al jazz, se muestra por momentos crítico con los organizadores del Festival de jazz de Madrid, el que tenía más accesible allá por los años ochenta. Estamos hablando de una época en que en un festival de jazz como el de Madrid se programaba a músicos de la talla de Dexter Gordon, Sonny Rollins, Joe Henderson, Joe Lovano, Bob Berg, Lee Konitz, Paul Bley, Miles Davis, Lester Bowie, Freddie Hubbard, McCoy Tyner, Elvin Jones, Chet Baker, Art Blakey y un largo etcétera de músicos que forman parte de la historia del jazz.

 

No sé a qué conclusiones habría llegado Ebbe Traberg si estuviera entre nosotros y si hubiera asistido a cuatro festivales de jazz entre el País Vasco y La Rioja en este mes de julio de 2016, tal como ha hecho quien les escribe, pero las puedo imaginar.  Podrían ser las que siguen.

  1. Los festivales de jazz, en su gran mayoría, no son festivales de jazz sino, a lo sumo, festivales de música.
  2. Las grandes estrellas de los festivales de jazz actuales no son figuras del jazz ni pasarán a la historia de esta música. Podríamos citar por ejemplo a la aseada, y prescindible para el aficionado al jazz, Diana Krall o a ese showman que abona el fenómeno groupie que es Jamie Cullum (los cito a ellos dos porque son los que agotaron las entradas esta año en San Sebastián y Vitoria respectivamente).
  3. Los programadores de los festivales de jazz o bien tiene un sentido muy amplio de lo que es el jazz o programan cosas que no les gustan ni a ellos para asegurar la venta de entradas y destinan unos espacios ajenos a los grandes escenarios para que los aficionados al jazz, prácticamente en familia, puedan disfrutar de esta música. Con ello consiguen entiendo que involuntariamente, que el gusto por el jazz no se extienda peligrosamente.
  4. Es altamente probable que si se organizara un festival de jazz con criterios estrictamente de calidad de la propuesta jazzística, ese festival tendría los días contados y patrocinadores como Heineken, Coca-cola, Frigo, Iberdrola, destinaran su dinero a mejores objetivos que mantener esa música indescifrable que sólo gusta a una minoría que puede que no beban precisamente Heineken, cuando toman Coca-cola lo más probable es que sea acompañando a algún destilado, y que hace años que dejaron de lamer polos de Frigo. Lo de la corriente eléctrica, ya es otro cantar, porque hasta los aficionados al jazz la consumimos (a no ser que de tanto ir a festivales uno se convierta en un anacoreta y se largue a vivir en una cueva).
  5. Como conclusión de la anterior, se podría presumir que festivales que programaran sólo jazz no podrían celebrar su 40 o 50 aniversario como hemos visto este verano en Getxo, Vitoria y San Sebastián.

 

No es que nos quejemos de las propuestas, sino que hemos de confesar nuestro agotamiento tras 4 semanas en las que uno asiste a cuanto concierto se programa para ver si pasa algo. Y los aficionados al jazz tenemos tanta fe, que vamos a algunos conciertos muchas veces por si acaso, por si un solo detalle nos hace vibrar aunque sea unos segundos. Y esa búsqueda incesante tiene premio. En los cuatro festivales a los que he asistido han pasado cosas y ha habido momentos interesantes.

 

En Getxo, a juicio de quien les escribe el mejor de los festivales a los que ha asistido en este mes de julio 2016, uno ha podido disfrutar, entre otras cosas, de todo el concurso de grupos, interesantes todos ellos sin excepción, pero con especial atención para el ganador Daadaoud Salim, y el trio polaco liderado por el saxo Tomasz Wendt. En el escenario de la estación de Algorta pudimos apreciar al trío del pianista francés Laurent Coulondre, pero sobre todo al de Gonzalo del Val, con Marco Mezquida y David Mengual, uno de los mejores conciertos del festival que merecería haber sido programado en el escenario de la plaza Biotz Alai. Ya por la noche, y en el plano de los grandes del jazz, siempre me emociona ver y escuchar a Jorge Pardo porque creo que es un músico ajeno a las etiquetas que le ponen otros, que toca lo que siente, y que se ha construido una personalidad musical a prueba de decepciones o desencantos que seguro que los ha tenido a lo largo de su dilatada carrera musical. Uri Caine ofrece conciertos tan llenos de música que a veces le darías una colleja para que parara, para poder asimilar mejor lo que está haciendo, pero a la vez nunca pararías de escucharle. Lo de Hermeto fue una explosión de vitalidad, más que de música, pero nos llenó de buen rollo y eso, en un escenario de un festival de jazz no es una cuestión menor. A Dee Dee le he visto conciertos mejores en lo musical, pero no en la entrega y en la pasión que siempre pone y en Getxo la puso de sobras. En cualquier caso, el espacio que deja a sus músicos, especialmente al trompeta Theo Crocker, dice mucho de lo grande que es ya no como cantante, sino como músico. El peor concierto de la Bridgewater es mejor que el mejor de la siguiente cantante del escalafón jazzístico, tal es hoy en día la distancia en su reinado respecto de las demás (con la excepción de Cecil McLorin Salvant que en unos años le quita la corona). A Esperanza Spalding le admiramos, a parte de por ser una bajista y una cantante de enorme talento, por su capacidad de reinventarse sin complejos.

 

En Ezcaray, probablemente el festival más modesto en presupuesto del panorama jazzístico de este país ya de por sí raquítico en presupuestos para el jazz, su director, al que todos conocen por "Chuchi", hace milagros trayendo a Mark Turner con su cuarteto sin piano y consiguiendo que en el parque Tenorio se reúnan un buen número de aficionados y no aficionados. Un diez para Ezcaray, un diez para Chuchi y un diez para Martin Andersen, enorme baterista y extraordinaria persona al que tuve la oportunidad de conocer y de acompañar en coche en la mañana del lunes hasta Santo Domingo de la Calzada donde cogía el autocar para Madrid. Cualquier cosa para disfrutar un rato más de su compañía. 

 

Vitoria, uno de los festivales que presume de ser uno de los mejores del mundo, tiene el riesgo de que, a base de repetir la fórmula tan poco imaginativa que impulsa su poco estimado director/presidente, se convierta en un festival poco apetecible para el aficionado por previsible y poco jazzístico. Para quien no conozca la fórmula repetida en los últimos años en este festival, es la siguiente. De los cinco días de programación de Mendizorroza se destinan al menos dos a músicas vinculadas a la historia del jazz, como el blues y el gospel (sí, en Vitoria se programa gospel en un polideportivo y doy fe que en la ciudad se conoce como "la noche del gospel" y que hay gente que en lo que dura el festival sólo va ese día) o bien a músicas con las que el jazz se ha emparentado a lo largo de la historia con mayor o menor acierto, como el flamenco o la música brasileña, músicas que difícilmente son las que espera encontrar un aficionado al jazz en un festival de jazz. Luego se destina otro día a una estrella que tiene la misión de acabar con las entradas con el efecto colateral (creo que deseado) de que a la gente que no se ha puesto las pilas en la compra con suficiente antelación no le quede más remedio que comprarse un abono (este año el nominado para el dudoso honor de "agotaentradas" fue Jamie Cullum, pero debo de confesar no sin sonrojo que he visto en Mendi cosas peores, como a Paul Anka). Por tanto, echen cuentas y sólo quedan dos días. De esos dos días es muy probable que en uno de los dos esté Pat Metheny o Wynton Marsalis (al menos hasta ahora porque se rumorea que también Wynton ha tenido su desencuentro con el director/presidente del festival). Por tanto, queda un día de doble sesión en la que uno puede esperar algo. Este año en ese día escuchamos a  Tom Harrell (que ya había estado recientemente, con lo que se confirma la alarmante tendencia a la repetición en este festival) y a Joshua Redman, del que se cuenta la tercera aparición en los últimos 5 años, esta vez con mi admirado Jordi Rossi que estuvo tan delicado como genial. Eso fue el jueves, el primer día en que escuchábamos jazz en Mendi, después de tres días de abono. El viernes se programa a Dave Holland con Kenny Barron, dos verdaderos monstruos, como "teloneros" de Jamie Cullum. Sin comentarios. El sábado no fui porque me coincidía con un evento que para mí era más importante: el primer encuentro de amigos del lamentablemente desaparecido Juan Claudio Cifuentes que, por cierto, también tuvo un serio desencuentro con el director/presidente y propietario de la marca "festival de jazz de Vitoria" (supongo que todo el mundo sabe que este festival al igual que muchos otros, es un evento privado). Otra cuestión es el jazz del siglo XXI que, cuando estábamos en el siglo XX, pretendía ser el enclave en el que poder intuir el futuro del jazz, pero eso, al igual que el título, también se ha quedado obsoleto. Este año, con la excepción de Yaron Hermann, lo demás evocaba poco al futuro del jazz, por no hablar de los problemas de sonido que sufrimos los dos primeros días, especialmente en la actuación de Ximo Tébar, estropeada en varias ocasiones por el prolongado mutismo de su guitarra y por la lucha del propio músico con el jack de su cable. Y por último, y uno de los principales motivos por los que, a pesar de todo lo anterior, no puedo dejar de asistir a Vitoria (a parte de por la ilusión que me hace ver todos los años a los grandes amigos que tengo allí), son las sesiones nocturnas del hotel Canciller Ayala, sólo que este año Benny Green se dedicó a repetir el mismo concierto cinco noches seguidas, concierto por otro lado espectacular, prescidiendo de organizar la jam, que es para lo que se supone que se les pagaba al trío. Es posible que nadie se lo explicara al bueno de Benny, pero si así hubiera sido, seguro que quien no hubiera querido participar en una jam es su extraordinario y excéntrico baterista Rodney Green, que no tiene parentesco alguno con Benny. El tal Rodney recogía sus platos tan rápido al acabar el concierto que, antes de que algún baterista se hubiera siquiera atrevido a acercarse a la batería, es posible que el tal Rodney ya hubiera conseguido llegar a su habitación de hotel. Fui testigo de dos situaciones muy curiosas protagonizadas por él. En su obsesión por que no le grabaran, se bajó de la batería para decirle al oído a un veterano fotógrafo profesional, que muy discretamente le estaba tomando una foto a prudente distancia del escenario, que no se atreviera a repetir tan abyecta acción. Dos noches más tarde estaba quien les escribe hablando con Mikel Añua, hermano del director/presidente pero que se parece tanto a él como se parecen Benny y Rodney Green, éste último le solicitó si podía usar un biombo opaco y negro para colocar alrededor de su batería con la intención de que no le grabaran. No es broma, es verídico, y en efecto había un biombo negro en la sala que separaba el comedor durante la cena de la cafetería del hotel.

 

San Sebastián es mucho más que un festival de jazz. Baste decir que una de las estrella programadas era Gloria Gaynor. Desde hace años la capital guipuzcoana presenta una oferta tan amplia que es apta para todos los públicos, Pero de nuevo el aficionado al jazz se encuentra en la tesitura de rastrear en la programación para conseguir satisfacer sus necesidades básicas. El problema es que la simultaneidad de conciertos hace imposible acertar. Por eso lo más fácil es adquirir el abono de la Trini, del Kursaal y entradas sueltas de lo que más le llame la atención a uno, con el riesgo de perderse conciertos interesantes que se desarrollan en las terrazas del Kursaal y que además son gratuitos. Este año nos lo pusieron más fácil porque al llegar se habían agotado los abonos del Kursaal y, eso sí que fue una lástima, también se habían agotado las entradas para alguno de los conciertos de las matinales de San Telmo. La decisión fue comprar el abono de la Trini, a sabiendas de que alguno de los conciertos no era de nuestro interés, la entrada para Mehldau con Scofield y Guiliana, que nos podríamos haber ahorrado, y una entrada, la más valiosa, no por su precio (5€, que comparados con los 48€ -si no tenías el abono- que valía la entrada de la noche de la Trini de Diana Krall no es nada), sino por lo que se escondía detrás. Se trataba del concierto del cuarteto formado por Jerry Bergonzi al saxo tenor, Perico Sambeat, saxo alto, Renato Chicco al órgano y Andrea Michelutti a la batería. Fueron tres los conciertos que acertadamente se programaron de este cuarteto y lamento que sólo pudiera presenciar dos de los tres porque se habían agotado las entradas para su primer concierto en San Telmo. Aún así tuvimos la fortuna de poder asistir al Victoria Eugenia Club a la hora de la misa de domingo y al Altxerri a las doce de la noche, más de hora y media después de desertar del concierto de Diana Krall, después de soportar cuatro o cinco temas para ver si pasaba algo (lo mejor la sonora pitada del respetable cuando se anunció que la artista prohibía que se le hicieran fotos o que se la grabara por cualquier medio –hay que ser ilusa para intentar prohibir eso en la era del smartphone-). Ambos días nos congregamos un buen número de aficionados y también de músicos (en el Victoria Eugenia estaba Gonzalo del Val y en el Altxerri toda la Reunion Big Band en pleno) con un alto nivel de exigencia, no en vano nos encontrábamos ante el que se puede considerar sin duda maestro de maestros, Jerry Bergonzi, y Perico Sambeat, el saxo alto más en forma y con más talento del panorama europeo, aunque seguramente él, por su consabida humildad, jamás aceptaría ese título. El organista Renato Chicco, con el Hammod, es otro verdadero maestro y Andrea Michelutti viene acompañando a Bergonzi desde hace años y a eso no puede acceder cualquiera. Pues bien, a pesar de que esperábamos grandes cosas de ese cuarteto, superaron con creces nuestras expectativas. En primer lugar porque sonaban a cuarteto, es decir, parecían un grupo estable que llevaban años tocando juntos. En segundo lugar por el repertorio, temas de Bergonzi y de Perico que sonaban a grandes temas clásicos, por su belleza y pulcritud en la composición. Le pregunté a Perico si habían compuesto los temas para esta gira, porque parecía que Jerry y él se hubieran puesto de acuerdo en componer siguiendo cauces comunes, y no era así. Perico sí compuso uno de los temas la semana anterior pensando en la formación, pero no así Bergonzi. En tercer lugar por las aportaciones individuales de cada uno de ellos, siempre sumando y estimulándose. Bergonzi es un monstruo del sonido de su instrumento, del lenguaje, de la técnica, del buen gusto... Pero a su lado, Perico se crecía y creo que Bergonzi también se crecía con Perico. Y pueden tener por seguro que, por si alguien lo duda, Sambeat, tocando jazz de este nivel, puede tocar con cualquiera, con los mejores, sencillamente porque él es uno de ellos.  Los gestos de sorpresa, de aprobación y los aplausos de Bergonzi fueron constantes tras los solos de Perico al que presentó como el “tesoro español”. El organista Renato Chicco es una apisonadora cuando se trata de conducir con las líneas de bajo y es un enorme improvisador cuando le llega su turno. Y Michelutti es algo más, mucho más, que un baterista de acompañamiento. Bastaba con ver la cara de Bergonzi y Sambeat, completamente admirados en el solo que el baterista desarrolló en el último tema que tocaron en el Altxerri. En cuarto lugar porque son unos tipos excelentes, normales, humildes, a los que uno se puede acercar con naturalidad sin temor a ser rechazado. Un diez en ese aspecto para los cuatro. Y en quinto lugar, porque hay algo que uno percibe cuando escucha buen jazz, algo que no se puede describir con palabras, algo que jamás percibió ni percibirá quien no se haya molestado en intentar entender algo de esta música, entenderlo con la cabeza, para luego dejarse llevar por el corazón, y eso, ese algo que no se puede describir, me lo hicieron sentir en las dos actuaciones estos cuatro monstruos. Jerry, Perico, Renato, Andrea, sé que no leeréis esto, pero os estoy sumamente agradecido porque habéis hecho que mi búsqueda de casi un mes por cuatro festivales de jazz haya tenido sentido y porque aún no he podido borrar de mi cara la sonrisa que se me quedó después del concierto del Altxerri. Por todo ello, muchas gracias. Ah, y gracias a los organizadores, por los precios tan populares de las mejores propuestas y por mantener el festival a costa de los bolsillos de los no aficionados (ver tres veces al cuarteto costaba menos de la tercera parte que el concierto de Diana Krall -con todo el respeto para Bobo Stenson que le precedió, el precio del doble concierto no lo marcó su presencia sino la de la lánguida rubia canadiense-).