Cómo cambian las cosas en un año

Cuántas veces no habrá tenido uno en la vida la sensación de que las cosas cambian mucho en un año. Lo curioso es que no han cambiando nada para esta web, porque en el último año no he escrito ni añadido nada. Lo que surgió como una iniciativa personal, con más ilusión que acierto probablemente, se ha quedado prácticamente en nada. Y no es porque no haya ido a festivales desde que escribí por última vez. Estuve en mi amado Festival de Jazz de Terrassa, cómo no, y he vuelto a Getxo, a Ezcaray y a Vitoria, aunque a éste último solo fui un día. En cambio no he ido a San Sebastián y creo que teniendo en cuenta las razones merece la pena que quede aquí escrito, pero eso lo haré después. No he seguido completando la web por dos razones: no se ha ofrecido nadie a colaborar (hasta hace un mes, todo hay que decirlo, en que apareció el primer colaborador) y el hecho de que hacer fotos y escribir, prácticamente al día, en los festivales a los que asistía me restaba posibilidades de disfrutar lo que para mí es una fiesta, que es la asistencia al propio festival y lo que ocurre fuera del festival. Esta es la razón y no otra por la que esta página tiene los días contados.

 

De todos modos, y en relación al título, el cambio más importante que se ha operado en mi vida en relación al jazz, es que en abril de 2017 salió a la calle el libro "Juan Claudio Cifuentes, una vida de jazz, una vida con swing" escrito y editado por quién les escribe. Ese si que ha sido un proyecto que se ha completado tal como quería y que me ha reportado no pocas alegrías, pero también algún desengaño. La principal alegría sin duda ha sido la recepción que el libro ha tenido entre la gente más cercana a Cifu, empezando por su mujer, Isa Zaro y por sus hijas, Mónica y Laura, y siguiendo por amigos como José Ramón Rubio, Montserrat García-Albea, Alejandro Reyes, Joseba Bastos, José Larracoechea, Dick Angstadt y continuando por grandes comunicadores como Mario Benso y otros que participaron con sus testimonios en el libro. En total llegué a entrevistar a cerca de 50 personas que conocieron a Cifu. He de confesar que ha sido uno de los mejores años de mi vida. Poder dedicar gran parte de tu tiempo a investigar y a escribir sobre una de tus pasiones, es un placer. Si la excusa para hacerlo es rendir un homenaje a alguien tan admirado como es Juan Claudio Cifuentes, pues qué les voy a decir... Cualquier aficionado al jazz se cambiaría por mí, estoy seguro.

 

Otro apartado que me han dado muchas alegrías ha sido la recepción que el libro ha tenido por parte de esa extraña familia que conformamos los aficionados al jazz, los que se dedican a promoverlo, los que se dedican a la difusión y otros que de un modo u otro, sin ser músicos, se dedican a esto del jazz. Es ahí, en ese mundo paralelo a la música que escuchamos, donde me he encontrado también con alguna decepción. Han sido pocas, es verdad, pero muy sintomáticas de cómo es un mundo que puede parecer ajeno al jazz pero que no lo es. Ya en el pasado había tenido algún desencuentro con personajes vinculados a la parte digamos que comercial del jazz, a los que viven de él, sin que tengan ninguna virtud especial para ello, sin ni siquiera tener oficio conocido salvo el de haber sabido aprovecharse de las circunstacias que les han acercado al jazz. Entre ellos hay gente fantástica, por supuesto, honesta, que no solo saben lo que se hacen sino que han hecho de ello un verdadero oficio, dignificándolo, y lo hacen bien. Esos serían los que podríamos llamar "simbióticos del jazz": ellos ganan, pero también dan a ganar al resto, a los músicos, a los aficionados, al mundo del jazz en general. Luego están los "parásitos del jazz" los que chupan la sangre y la energía (también el dinero) de los verdaderos protagonistas de esta historia, ya centenaria, de esta música que nos conmueve y que no son otros que los músicos pero también los aficionados, porque no hemos de olvidar que para que se produzca el fenómeno que conocemos como música hace falta al menos dos elementos: el que hace música y el que la escucha. A veces es la misma persona (el músico que toca solo para sí mismo y le importa un bledo que le escuchen o no) pero lo deseable es que no sea así. Si desaparecieran todos los intermediarios, la música seguiría existiendo mientras quedara un solo músico y un solo oyente, pero sin músicos y sin aficionados, el fenómeno desaparece. Con eso no quiero restar importancia a la misión del dueño de un club (admirable que sigan programando jazz) o de un divulgador (Cifu lo era, pero no todos son/eran como él) o de un representante de músicos (solo conozco a algunos superficialmente y no tengo una opinión personal formada), pero de vez en cuando vale la pena recordar qué y quienes son los protagonistas de esta historia y quiénes deberían de conformarse con un papel secundario.

 

(Continuará)